He aquí un hombre que, por sus características en conjunto, resulta el prototipo del artista bohemio mexicano, con todas las auroras del alma lírica y con todos los crepúsculos violáceos del infortunio.
Abundio fue lo fenomenal, lo
desconcertante, lo incomprensible y lo inexplicable. Con su mérito, con su
desgracia, con su riqueza mental y anímica y con su pobreza habitual y
lamentable, él solo, sintetiza a México.
Ni Rusia que produce bohemios de
lo más extraños; ni la tierra zíngara,
donde está enclavada Bohemia con sus
violinistas de Praga y sus orquestas que ambulan por París; ni Francia, que da
artistas que desprecia la vida con la filosofía de su arte; ni Inglaterra, que
produjo Wilde, ni España que da golfos líricos, ni Portugal que da poetas
mártires, ni el Brasil que produjo a Carlos Gómez, el primer operetista de
América, ni Colombia, gentilmente literaria y soñadora…nadie, ningún país ha producido
un bohemio tan hondo, tan complejo, tan grande y tan desconcertante como
Abundio Martínez compositor mexicano, pianista, instrumentista, ejecutante en
todo instrumento músico, inspirado hasta hacer creer en la gracia de Dios.
Hubo una época en que la
atmósfera de México estaba poblada de notas de valses de Abundio Martínez: fue
allá por 1900, cuando nuestro compositor había alcanzado sus más fuertes
aciertos: “En alta mar”, “Muchachas y Flores”, “Arpa de Oro”…
Los alemanes traían “En Alta
Mar”, como vals de texto en sus barcos de guerra. Esto dio al vals de Abundio
una popularidad sólo comparable a “Sobre las Olas”, el vals de Juventino-“sobre
las olas” y “En Alta Mar” eran rivales-.
Lo conocí tanto y lo traté, que
no puedo resistirme a pintarlo a los lectores tal como era, máxime cuando se
trata de un hombre que, por sus cualidades en contraste, merece que se ahonde y
rasque en torno a su personalidad.
Feo como no se puede ser más:
picado de viruelas: gruesos los labios hasta la repugnancia: deforme los
dientes de caníbal; con cinco pelos de bigote, y, a las vegadas, su piochita a
lo Moctezuma, cuando dejaba de afeitarse: hirsutos los pelos: broncínea la
color; sucias y luengas las uñas: de obsidiana los ojillos profundos y
retraídos, que como que procuraba esconder; para que no se los escudriñasen,
porque, en la mirada, ocultaba algo: el alma.
Una particularidad: era esbelto
de cuerpo, elegante en la línea y rítmico al andar. Aquel cuerpo bien merecía
otra cara.[...]