jueves, 11 de enero de 2018

Mi tlacotalpan - Julio Sesto (Julio Sesto Su vida, su obra)

Tiene sus calles de terciopelo, casas de azúcar y soportales de charamuscas y caramelo seda en el río, seda en el cielo, y en sus crepúsculos, desde la gloria se dan festines deslumbradores los serafines con los cobaltos y con los oros y los carmines. Estas ciudades place cantarlas por ser cordiales, tibias y bellas, con los lamentos al visitarlas de no haber uno nacido en ellas. En Tlacotalpan todo se cura, todo se olvida, cura hasta el alma, que es incurable cuando está herida. Pepa Murillo la ha consagrado con sus canciones aquellos versos que en el ambiente son oraciones, y que la musa tlacotalpeña, sacrificada por un amor dejó las brisas de su terruño como un rumor, y como llanto, en cada ola, y en cada planta y en cada flor. ¡Pepa Murillo, dulce cantora de ayer, que triste está la casa de Tlacotalpan donde naciste! Y tu sepulcro lira de mármol, álbum y palma aún da al viajero que te visita la esencia pura, rara, exquisita de tu poesía fragante y honda que parte el alma. En Tlacotalpan, cuando amanece, muestra la flora perla de lágrimas de un persistente cuajado brillo; es que de noche, desde los astros que alcanza, llora por sus amores infortunados Pepa Murillo. Musgos, tejados, aleros, pichos, gorriones… El bardo clama volviendo el rostro por las esquinas; donde hay tejados hubo hispanismo y hay tradiciones, donde hay aleros hay aleteos y golondrinas… En los hogares, fe y abundancia, paz y ternura, y las muchachas aún obedecen al señor cura. En estas playas el ser humano se siente ave, y entre los ríos y los jardines y las palmeras, la áspera vida que nos inquieta se torna suave como las ondas, como las garzas y las riberas, esto lo saben las mariposas del Papaloapan que vuelan libres como un tesoro y que no se esconden y no se escapan, porque aunque tienen alas de oro, están seguras de que en su río no las atrapan. Mi Tlacotalpan tiene estas cosas que el mundo ignora… Ríe al crepúsculo, reza en la noche y al alba llora. La ronda el río. La cuida el barco. Velan sus lanchas. Cada palmera le da nobleza con su penacho. Y cuando el río que se desborda de amor, la inunda, la cubre a besos, goza a sus anchas y la fecunda, porque ella es hembra y el río es macho. Mi Tlacotalpan, es limpia y fresca, risueña y clara, porque en el río lava su ropa, baña su cuerpo, mira su cara y aquí la luna que hace poetas, meció la cuna de Agustín Lara. La Tlacotalpan de mis memorias y mi cariño brinda en sus aguas y en sus praderas honda delicia. El Papaloapan es como el Mino de mi Galicia, y en estos ríos, grandes espejos, me vi de niño. ¡Oh, hermano mío! Si estás cargado de sufrimiento ve al Papaloapan, toma los aires de Sotavento; que en Tlacotalpan todo se cura, todo se olvida; se cura el alma, que es incurable cuando está herida.